25 de febrero de 2008

El crac del ladrillo

Cuenta Groucho Marx en sus memorias que en los años 20 del pasado siglo su sueldo era de 2.000 dólares semanales. «Pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba, teóricamente, en Wall Street.» Groucho no tenía asesor financiero. Nadie lo necesitaba. Ascensoristas y camareros le daban chivatazos. «Podías cerrar los ojos, elegir un valor al azar y la acción que acababas de comprar empezaba a subir. Lo más sorprendente era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Parecía absurdo vender a 30 cuando se sabía que en cuestión de meses valdría el doble o el triple.» Era el año 1929. Se avecinaba el crac. «Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero era avaricioso.» De repente, todo el mundo quiso vender, el nerviosismo se tornó en pánico y, el martes negro, la Bolsa se derrumbó. «El día del hundimiento final, mi amigo Max Gordon me telefoneó desde Nueva York. Todo lo que dijo fue: ‘¡La broma ha terminado!’. Luego se suicidó. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban tan arruinados como yo.»


Salvando las distancias, lo que relata Marx tiene un aire familiar: recuerda a lo que sucede en el sector del ladrillo en España durante estas últimas y turbulentas semanas. Quizá nadie se suicide tirándose desde un rascacielos, pero la burbuja más rentable de la economía española ha estallado. Todo empezó en verano con un estornudo del sistema bancario en EE.UU. por la concesión de créditos hipotecarios de altísimo riesgo, las hipotecas subprime. Los bacilos contagiaron a Europa, y España agarró una pulmonía. Tanto que Carlos March, presidente de la Banca March, profetiza «tres años de sufrimiento» para inmobiliarias y constructoras.


Entre los que están pagando el pato, los primeros damnificados son los agentes inmobiliarios. Las ventas han caído un 40 por ciento y la crisis se ha llevado por delante a unas 32.000 oficinas de ventas de pisos, aunque nadie sabe muy bien cuántas había: 160.000 según una consultora especializada, la mitad según los agentes de la propiedad. Tal es el caos. Cierto es que muchas eran chiringuitos surgidos como setas al calor del dinero fácil. Un teléfono móvil, traje y corbata a guisa de moderno disfraz de bucanero y el coche como oficina. Ésa es la radiografía del 64 por ciento de un sector donde abundan los truhanes. Los más serios, los que están colegiados, van capeando el temporal como pueden.


Además de venderse menos casas, sobre todo segundas residencias en la costa, se construye menos. Un dato demoledor: el consumo de cemento se estancó en 2007 después de una década de hormigoneras a todo gas. Lo que se ha traducido en un descenso de 300.000 viviendas respecto al año anterior. ¿Cuáles son las previsiones para 2008? Para echarse a llorar. Otras 150.000 menos que en 2007, según el director de la oficina económica de la Moncloa, David Taguas. Eso supone 300.000 empleos menos. Crisis en los andamios y albañiles al paro. Uno de cada tres son inmigrantes.


La pregunta del millón es si la crisis propiciará que baje el demencial precio de los pisos, que ya ronda los 2.086 euros por metro cuadrado. De momento, sólo ha servido para que se desacelere. Los precios siguen subiendo, pero a menor ritmo. El incremento anual se sitúa en el 4,8 por ciento, el menor de la última década. Si bien, entidades como Deutsche Bank pronostican que finalmente será inevitable una caída de precios de hasta el ocho por ciento. Pero, de momento, las inmobiliarias prefieren tirar la casa por la ventana haciendo regalos, algunos la mar de curiosos, antes que hacer rebajas.


Las oficinas de venta de pisos que aún quedan abiertas se han convertido en una tómbola. Las promociones de viviendas de lujo son las que ofrecen los obsequios más golosos: desde un Mercedes clase C con plaza de garaje hasta instalaciones de domótica o electrodomésticos de alta gama en la cocina. Incluso se regalan bolsas, palos y clases gratuitas en urbanizaciones con campo de golf. Otras copian al Gobierno y ofrecen un chequebebé si los clientes tienen un hijo. Televisiones de plasma, jamones de pata negra. Cualquier cosa antes que bajar el precio. Una inmobiliaria ha llegado a regalar bolitas antiestrés para no comerse las uñas con las subidas del euríbor. Buenas noticias: bajó en enero, bendito efecto colateral de los desplomes en las Bolsas. Pero la hipoteca media ronda los 700 euros mensuales. La revisión a la baja sólo será de unos 35 euros en el próximo recibo, pero puede servir para amortizar una cena baratita porque muchas familias hipotecadas ya no se acuerdan de lo que es salir un sábado por la noche.

Sólo hay que echarle un vistazo al selectivo Ibex 35, el indicador de los principales valores de la Bolsa, y en especial a las cotizaciones del llamado G14, las compañías del sector de la construcción (más conocidas como las empresas del cemento) y sus primas hermanas, las inmobiliarias, para darse cuenta de la magnitud del cataclismo. El descenso de la venta de viviendas en España, las crecientes dificultades de financiación y el elevado endeudamiento del sector asustan a los inversores. En una sola semana (si no negra, por lo menos azul muy oscuro), el G14 vio esfumarse 9.100 millones de euros en capitalización, más de un tercio de su valor.


El elevado endeudamiento que arrastran las inmobiliarias es como para no pegar ojo. Los años de crecimiento estratosférico que vivió el sector, acompañados por una época dorada de tipos de interés muy bajos, permitieron que muchas empresas aprovecharan el tirón del negocio para endeudarse y fomentar expansión. Los bancos que prestaron la pasta están ahora con la mosca detrás de la oreja. El lema es conocido: «Si te debo mil euros, tengo un problema; si te debo un millón de euros, tú también tienes un problema». Y en el caso de algunas inmobiliarias, el problema es morrocotudo.


Colonial se lleva la palma. Debe recibos por valor de 8.600 millones de euros. No es extraño que sus acciones se desplomasen hasta valer poco más o menos lo que un sobre de cromos. Pero el tufo a ganga ha atraído al fondo estatal de Dubai y el previsible chorro de petrodólares ha inyectado nueva vida a la firma. Astroc afronta unos pagos de 688 millones. Peccata minuta para lo que se cuece en el sector. El problema es que debe hacer frente a la mitad de esos vencimientos en los próximos meses, sin apenas respiro; es decir, los acreedores le aprietan todos a una. Durante varias sesiones fue el farolillo rojo del parqué, aunque parece que ha retomado nuevos bríos con una ampliación de capital y una renovación de sus accionistas. Renta Corporación, la tercera inmobiliaria más castigada, también se recupera gracias a los amantes de las emociones fuertes, pues la Bolsa española se ha convertido en una montaña rusa, con jornadas de pánico históricas seguidas de rebotes no menos sonados.


Pese a estas tímidas recuperaciones, el panorama es sombrío. Como apunta el broker Javier García Rodríguez, director de Renta 4, «parece que el sector necesita más que nunca el dinero de los bancos, justo cuando, a la inversa, son éstos los que necesitan cuanto antes el dinero prestado inicialmente, ya que la crisis de liquidez es cada vez más evidente y constatada por las sucesivas inyecciones de liquidez de los bancos centrales». O dicho para legos: se juntan el hambre con las ganas de comer.


Y es que, en conjunto, las grandes inmobiliarias adeudan más de 30.000 millones de euros. Llevan años comprando a crédito cada palmo edificable en España. Los analistas hablan de un minicorralito del suelo semejante al que paralizó la economía argentina, pero circunscrito al sector. Un sector, bien es verdad, que es una de las locomotoras de nuestra economía, con el turismo, pues seguimos siendo un país de albañiles y camareros. Luis Portillo, un promotor sin pedigrí, ascendido a los altares financieros como uno de los nuevos zares del ladrillo y caído súbitamente en desgracia con idéntica celeridad (su paso por la famosa lista de millonarios de la revista Forbes quedará en las hemerotecas como uno de los más efímeros de la historia), se lamentó de no haber tenido una bola de cristal antes de abandonar la presidencia de Colonial. Otro de paso fugaz en la lista de Forbes es Enrique Bañuelos, ex mandamás de Astroc, que llegó a poseer, de la noche a la mañana, el tercer patrimonio de España: 7.700 millones de euros.


El ‘ladrillazo’ ha sido de aúpa. Y han salido con chichones hasta los ricos del parqué. Y es que las grandes fortunas españolas han sufrido un descalabro sin precedentes. Las ocho familias más ricas de España han llegado a perder en Bolsa unos 18.000 millones. El gallego Amancio Ortega, fundador de Zara y el hombre más rico de España pese a los últimos varapalos, ha perdido más de 2.500 millones de euros, aunque sólo una pequeña parte de lo volatilizado se debe al crac del suelo. El presidente de la constructora ACS, Florentino Pérez, ha llegado a perder 250 millones, aunque las cotizaciones caen un día y al siguiente resucitan. José Manuel Entrecanales ha visto depreciarse hasta en 1.800 millones el valor de sus acciones en la constructora que preside, Acciona. Y la familia del Pino también las ha pasado canutas en Ferrovial.


Lo de las hermanas Koplowitz merece párrafo aparte. Esther, propietaria del 37 por ciento de FCC, sufrió una pérdida de 320 millones. Alicia fue más previsora. Siempre ha tenido un olfato especial para anticiparse a las tempestades bursátiles. En esta ocasión huyó de la renta variable antes de que la Bolsa cayera y colocó la mayoría de sus inversiones en renta fija. Resultado: salvó los muebles cuando podía haber perdido unos 500 millones.


Mal de muchos… Consuelo, sí. Pero poco. Vivimos en un país donde hay tres millones de pisos vacíos, pisos que antes eran de 140 metros cuadrados y ahora son cuchitriles de 60 y sin garaje, como recuerda la Plataforma por una Vivienda Digna, y que cuesta diez años de sueldo íntegro pagar. Un país donde han medrado los pasapiseros, que compran un piso sobre plano para venderlo más caro antes de escriturar, en la más pura tradición de la novela picaresca. Quizá, después de todo, el ladrillazo sirva para hacer un reajuste, aunque sea por las bravas, y poner algo de sentido común en un sector donde ha prevalecido la avaricia. Veremos.

Fuente: Carlos Manuel Sánchez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un análisis en profundidad, si señor.
Esperemos que las repercusiones no sean tan graves como las que ofrecen los datos que indicas.