12 de diciembre de 2008

Automóvil

En resumen, ¿qué va a pasar con el mundo del automóvil?. La respuesta es fácil de imaginar, ¿verdad?. El problema es que en la economía española, el coche genera el 15% del PIB (en la catalana, mucho más: un alto representante sindical que se hallaba en el estudio de TV habló de ‘monocultivo’), y eso es mucho, mucho.

Los sindicatos argumentan: ‘Tan sólo el 7,5% de los costes de un automóvil son atribuibles al factor trabajo’, cierto, ¿y?. Las reducciones de producción que en el automóvil se están produciendo, las que se continuarán produciendo, las deslocalizaciones, ya no son -ya no serán- únicamente debidas al coste de la mano de obra, es algo mucho más profundo que afecta a un modo de vida: al transporte individual, al crédito como medio de pago y al desperdicio de recursos, y ese modo de hacer tiene los años contados.

¿Los 800 millones del último paquete de ayudas que le van a dar al subsector?: unos cuantos meses: poco más.

Pero volvamos a donde empezamos: al exceso de capacidad y a la ineficiencia del automóvil como medio de transporte. Se dice que en el reino hay un stock ‘para vender’ de un millón de automóviles, bien, supongamos que cien mil sean un stock lógico si las cadenas logísticas y de fabricación funcionan correctamente, ¿si?, pues bien lo que tenemos son 900.000 automóviles que no tenían que haber sido fabricados; en Francia sucederá algo parecido, y en Alemania, y ….

Pero claro, no haber fabricado esos 0,9 millones de automóviles supone que la cantidad de factor trabajo que se ha utilizado en fabricar sus componentes y en ensamblar sus elementos, no se hubiera utilizado, significa que unos transportes que se han realizado no se hubiesen realizado, que unos movimientos financieros que se han hecho, tanto a nivel de fabricante como de concesionarios y compradores, no hubieran tenido lugar. Es decir, desempleo, subutilización de otras capacidades, menor consumo derivado, … lari, lari, lari, lari… menos PIB.

‘Es lo mismo que está pasando con los pisos’, dirá alguien, si, pero peor porque los automóviles que a lo largo de su vida tendrá una persona generan más PIB del que genera el piso en el que esa misma persona va a residir durante el tiempo que viva, a no ser que esté cambiando la cocina y el cuarto de baño cada año.

El automóvil no ha sido un invento, sino EL invento. Utilizando la esencia del Capitalismo: el individualismo, y llevando hasta el límite una de sus necesidades: la movilidad, el automóvil ha sido el elemento característico del último siglo. Lo tenía todo: transportaba bienes y personas, llenaba tiempo de ocio de esas personas, era susceptible de ser mejorado en multitud de aspectos, y generaba PIB, mucho PIB; si eso sucedía en una atmósfera en la que se pensaba que la cantidad de commodities de que se disponía era ilimitada, el automóvil, como hemos dicho, era EL invento.

Pero se acabó. Todas las compañías automovilísticas de todos los países tienen algún tipo de problema de mayor o menos calibre. Todas. Y todas plantean planes para, o bien, de entrada, hacer cosas con el objetivo de volverse más pequeñas, o bien, dejar de producir durante un tiempo para acabar cerrando una serie de plantas o para reducir tamaño.

Claro, claro, ya sé: ‘la culpa es de los bancos que no dan créditos’, se dice, se dice, pero en el fondo todos sabemos que eso no es cierto. El origen de problema reside en que se tenía que continuar creciendo y hemos echado mano a lo que más a mano teníamos. Y lo más sencillo ha sido que una marca automovilística incrementase su capacidad productiva a base de créditos, que fabricase un porrón de automóviles financiándolos a crédito, y conceder capacidad de endeudamiento a una serie de personas para que adquiriesen esos automóviles, a crédito, naturalmente, unos automóviles altamente ineficientes utilizados ineficientemente.

Bien, estuvo bien mientras duró, pero es un tinglado que se está acabando; como en las antiguas máquinas de millón: “Game Over”.

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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