Uds. conocen mi posición porque aquí la he expuesto: nuestra economía postglobal se halla en un período de precrisis en el que ‘todo’ irá tendencialmente empeorando hasta que, a mediados del 2010 se produzca el estallido de una crisis sistémica estructuralmente semejante a las de 1929 y 1875, por citar las dos últimas producidas; estos Planes de rescate, por tanto, son parte de una estrategia dilatoria destinada a tranquilizar una población que no entiende muy bien lo que está sucediendo.
Partiendo de que esto es así -es inevitable, se tomen las medidas que se tomen, porque la propia evolución del sistema económico ha llevado a una situación de agotamiento que se manifiesta en forma de crisis- pienso que es conveniente empezar a pensar en qué hacer para ir preparando el escenario económico y social para cuando la crisis finalice.
De entrada, debería diseñarse un abanico de medidas paliativas para el período de máxima virulencia de la crisis (2010 – 2012) a fin de minimizar sus consecuencias ya que la actividad económica se enlentecerá hasta niveles hoy difícilmente imaginables, un conjunto de medidas que deberían plantearse desde la dualidad: ‘de qué se dispone’ – ‘qué se debe/quiere atender’. Es urgente abordar este planteamiento porque a partir de mediados de Otoño la degradación del entorno se acelerará.
Paralelamente, pienso que debería comenzar un proceso de información de la población, tanto en relación al período de crisis en si, como a los de estancamiento posterior (2012 – 2015), recuperación cercana (2015 – 2018) y recuperación remota (2018 – 2020), así como de las consecuencias que esta crisis sistémica va a suponer para el modo de vida, tanto a nivel económico como social.
Los años comprendido entre el 2012 y el 2015 serán difíciles porque, aunque las tensiones habrán finalizado, serán de estancamiento, durante estos años deberá prepararse el decorado para cuando comience la recuperación, preparación que deberá incluir la constatación de que los ya viejos modos de hacer las cosas no volverán: nunca más volverá el dinero a ser barato, ni el crédito a ser fácil, ni el consumo a ir más allá de toda lógica, ni la ingeniería financiera a estar fuera de todo control, ni el gasto a no tener una finalidad, ni, evidentemente, a ser norma el desperdicio de recursos. Esta fase de constatación será esencial porque la mayoría de la población del planeta (la de los países desarrollados) no está acostumbrada a esta forma de vida.
La recuperación de la crisis estará sustentada en la productividad, en la eficiencia, en la óptima administración de unos recursos que, no lo olvidemos, son, y cada vez más lo serán, escasos. La recuperación pondrá de manifiesto que no toda la población activa es necesaria, por lo que parte de la población desempleada, considerada hoy como en una sala de espera entre un empleo y otro, será incluida en el escalón social de ‘no-necesaria’, clasificación que algunos de sus miembros no abandonarán jamás.
Actividades que ayuden, que contribuyan a la mejora de la eficiencia y que durante los años de crisis ya tuvieron un protagonismo destacado, como la logística, la biotecnología, y lo que yo denomino las actividades R: reciclaje, recuperación, reparación, reutilización, pasarán a ser esenciales en el día a día. La idea no será ‘Debemos reciclar para ser ecológicos’, sino ‘Debemos ser ecológicos para ser eficientes’. Es otra forma de ver las cosas.
Partiendo de la base de que nos hallamos en una transición sistémica, la política monetaria adquirirá una dimensión diferente al igual que el resto de políticas económicas tanto del Estado como de la empresa privada; en este sentido, la vuelta del ámbito financiero a su papel de acompañamiento de la economía real será determinante, tanto para la puesta en marcha como para la generalización de un nuevo modelo económico, de un nuevo modo de hacer las cosas.
Con sus correspondientes y profundísimas consecuencias.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
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